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«En el idioma inuktitut, auyuittuq significa “lo que nunca se derrite ”. Este es el nombre que se le da al glaciar. Los glaciares encierran el tiempo de la Tierra, la memoria de sus fases elementales, los recuerdos de los antepasados... Seguir leyendo
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«En el idioma inuktitut, auyuittuq significa “lo que nunca se derrite ”. Este es el nombre que se le da al glaciar. Los glaciares encierran el tiempo de la Tierra, la memoria de sus fases elementales, los recuerdos de los antepasados que vivían con ellos.» Cuando imaginamos los icebergs, vemos un mundo de montañas de hielo inmóviles, atrapadas debajo de una espesa alfombra de nieve. Los icebergs flotan indiferentes por las aguas heladas, eternos vagabundos solitarios en medio de un silencio total. Todo es hielo. Ninguna alma viva. Nada, sin embargo, podría estar más lejos de la verdad, los icebergs no son sinónimos de inmovilidad, son espacios vivos, podemos oír su rugido ensordecedor, son agentes y socios de especies y ecosistemas. Y hay alguien que habita estas masas heladas con sus existencias glaciales. Ante el fenómeno del derretimiento de los glaciares y el desafío del calentamiento global, Olivier Remaud resitúa al ser humano dentro de los ecosistemas del planeta, incluyendo aquellos que pudieran parecer inertes, y nos invita a «pensar como un iceberg». Los icebergs son parte de nuestra vida, dependemos íntimamente de ellos y constituyen un antídoto contra nuestro narcisismo.